Cuando formamos una familia pensamos que será para siempre. Pero en ocasiones ese deseo no se materializa por múltiples razones. Y entonces llegan los interrogantes: ¿Cómo vamos a gestionar la paternidad compartida estando separados? ¿Qué pasa si no me llevo bien con mi pareja?

Pues bien, lo primero que tenemos que tener claro es que en el momento en el que nos separamos o divorciamos dejamos de ser pareja, pero no dejamos de ser padres. La paternidad, queramos o no, la compartiremos hasta el fin de nuestros días con el padre o madre de nuestros hijos. Evidentemente, nos referimos a familias dentro de un contexto donde las relaciones paterno-filiales no sean destructivas por lo que respecta al bienestar físico y psicológico de los más pequeños. En este artículo no hablamos de situaciones familiares en las que haya maltrato, ya que debería abordarse forma totalmente diferente.

Cuando en una relación de pareja hay falta de comunicación, no hay respeto o no se generan los espacios seguros que debería tener un hogar, se genera un ambiente muy dañino tanto para los hijos como para los padres. Los niños y/o adolescentes son los espectadores principales de las discusiones, de los desacuerdos e incongruencias de los adultos. Ellos no comprenden por que dos personas, que se aman en un inicio, terminan odiándose y tomando decisiones tan difíciles como separar sus vidas. En ocasiones pueden incluso sentirse culpables y/o responsables de los problemas paternos y es muy importante hacerles ver que es una decisión de pareja, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de toda la familia.

Una vez tomada la decisión de separar la pareja, una de nuestras principales preocupaciones será la de cómo organizar la vida de nuestros hijos. Custodia, visitas, fines de semana, cambio o no de domicilio, etc. Decisiones que se pueden convertir en un infierno si dentro de la expareja no hay respeto, empatía y la idea clara de que se están construyendo las bases para que nuestros hijos se puedan desarrollar en un ambiente seguro y sano. Para ello, el equipo parental tiene que mantenerse unido pese a que nuestra relación de pareja se haya roto. Será un error que pagarán nuestros hijos si no es así. Cuando una relación o una ruptura se convierte en una guerra, los más pequeños estarán, inevitablemente, en medio del campo de batalla.

Entonces nos encontramos con padres que buscan ayuda profesional porque no saben por qué su hijo está deprimido, tiene un mal comportamiento en el colegio o sienten que no está bien. Existen una serie de conductas, desgraciadamente comunes, dentro de las dinámicas familiares que perjudican seriamente la salud mental de los más pequeños. A continuación, hablaremos más concretamente de tres: la alienación parental, la triangulación y la palatalización.

¿Qué es el síndrome de alienación parental?

En muchas ocasiones en las que una relación se finaliza de forma beligerante, los niños se encuentran con presiones para que demuestren su fidelidad y amor a una de las partes en conflicto, es decir, a uno de sus padres implicando la deslealtad hacia el otro progenitor. Infinidad de estudios demuestran la sobrecarga a la que se ven expuestos los niños por tener que lidiar con el conflicto de sus padres. Mermando así, sus propias necesidades emocionales. Cuando las alianzas se convierten en patológicas, los menores sufren, a manos de aquellos que más deberían protegerles, convirtiéndose en armas arrojadizas entre sus progenitores.

Cuando esta situación llega al extremo, genera un problema relacional al que se denomina Síndrome de Alienación Parental (S.A.P.). Este síndrome se caracteriza por la transformación de la conciencia del hijo, por parte de uno de los padres, con el objetivo de impedir o destruir el vínculo con el otro progenitor y expareja. Llegando al punto de provocar que el propio niño interiorice las críticas hacia su padre o madre y genere, por sí mismo, nuevos ataques hacia el progenitor y finalmente rehúya tener relación con éste.

Realizar comentarios negativos, insultos y faltas de respeto hacia el progenitor afectado. Contarle al niño o a la niña detalles sobre el procedimiento judicial, que ponen en mal lugar al otro padre. Mentir sobre el padre que lo sufre o poner impedimentos a que exista una comunicación fluida con sus hijos. son actitudes que se deben evitar.

¿Qué es la triangulación?

Así mismo, también encontramos en muchas familias el fenómeno relacional denominado “triangulación”. Una de las dinámicas familiares más frecuentes en sistemas familiares disfuncionales. Se da cuando dos miembros están en conflicto (tanto de forma manifiesta como encubierta) y utilizan a un tercer miembro, a través del cual, canalizan el conflicto. Consiste en comunicarse con el otro a través de un tercero, de manera que no se aborda el conflicto de una forma directa. Esta forma de comunicación además de alargar y complicar más el conflicto existente entre estas dos personas, está introduciendo a una tercera que sufre las consecuencias del conflicto sin haber podido decidir, si quiera, si participar en él, seguramente ni siquiera entienda lo que está pasando o por qué está en medio de un conflicto no reconocido. Cuando este tercero es un niño, la cosa se complica. Si una persona madura puede no saber gestionar una situación en la que se ve en medio de un conflicto, un niño todavía menos. El conjunto de emociones que puede despertar en él, desde culpabilidad a sentir que están enfadado con él, puede llevar a que surjan trastornos psicológicos o incluso que somaticen sus emociones pudiendo desarrollar enfermedades físicas. Hay que tener en cuenta que la identificación y gestión de emociones por parte de los niños está por evolucionar.

¿Qué es la palatalización?

Hay situaciones en las que un miembro de la pareja está tan acostumbrado a tener a su pareja para todo, que una vez esa persona desaparece, asigna el rol de pareja y/o padre/madre a uno o más de sus hijos, inconscientemente o a veces puede ser el propio hijo que adopte ese rol, delegando en él todas las responsabilidades que ello supone. Es una inversión de roles que modifica las barreras generacionales y desordenando la jerarquía familiar. La delimitación de los límites entre padres e hijos son importantes para un correcto y sano funcionamiento familiar.

Acompañar a nuestros hijos en su debut en el mundo, sin cargarles con nuestras propias mochilas emocionales, puede representar todo un reto para nosotros. Pero, a la vez, también puede ser un buen motivo para reflexionar sobre nuestros patrones de respuesta emocional y de comportamiento en las relaciones, llegando a ser conscientes de nosotros mismos y sanar todo aquello que no nos esté funcionando.

Una mala gestión del divorcio puede afectar a los hijos en su identidad, desempeño académico o social según su etapa de desarrollo y la experiencia vivida. Es importante proteger a los niños de situaciones en las que las lealtades hacia sus padres puedan entrar en conflicto, presenten alianzas perversas, triangulaciones o asumir roles ajenos, producto de una dinámica relacional que los vincula a las dificultades entre los adultos.

Estamos hablando mucho de cómo ayudar a nuestros hijos a gestionar sus emociones y procesar el cambio. Pero está claro que nosotros, aunque seamos padres, no sólo tenemos que acompañar a nuestros hijos a gestionar el cambio, también tenemos que procesar el duelo por la relación y la vida de pareja que habíamos construido. Todas aquellas expectativas, sueños y proyectos que habíamos desarrollado en nuestra vida de pareja, y todo el esfuerzo que hemos destinado a que se cumplieran, ahora tenemos que asimilar que no llegarán a donde habíamos previsto. Gestionar nuestras emociones ante tantas pérdidas no es fácil. Por eso, pedir ayuda en aquellos momentos en los que nos vemos desbordados es necesario para poder salir de una situación tan complicada como es un divorcio. Tanto el apoyo de nuestro alrededor como el acompañamiento por parte de un profesional son muy importantes para no quedarnos atrapados en un lío de emociones no elaboradas, recriminaciones hacia el otro y resentimientos.

Por todo ello, si logramos un proceso de separación consensuado, se reducirá las consecuencias negativas que afectan a la salud emocional familiar. Podemos concluir que no es la separación, en sí misma, la que genera tantos problemas sino la gestión que los adultos llevamos a cabo para preservar, o no, la infancia y el bienestar de los más pequeños. Es importante tener claro que debemos alejarlos de las discusiones, acompañarlos en el duelo por el cambio que inevitablemente experimentarán y mostrarles que, aunque la relación de pareja haya acabado, seguirán siendo sus padres y estarán ahí para ellos.

En Canvis ofrecemos acompañamiento terapéutico tanto a nivel individual como familiar en procesos de separación para conseguir que sea lo menos dolorosa y perjudicial para todos los miembros de la familia y para gestionar el duelo por las pérdidas que conlleva una separación.