Introducción

Cuando los hijos dejan el hogar y se emancipan, hay un cambio importante en el contexto familiar. Y tanto los hijos como los padres experimentan una modificación de sus actividades habituales y de su día a día.

El síndrome de nido vacío es un concepto que se define como el conjunto de experiencias emocionales negativas, depresivas o ansiosas, que sufre una madre y/o padre asociadas al momento en el que los hijos abandonan su hogar y se trasladan a uno nuevo. Los sentimientos más frecuentes son de soledad, tristeza y pérdida. También se pueden dar trastornos de sueño, cambios en los hábitos alimenticios.

Diversos estudios realizados a la población de China, explican la asociación entre el síndrome de nido vacío y trastornos de ansiedad (Wang, Shu, Dong, Luo, Hao, 2013) y de depresión.

Este suceso coincide con la etapa de la adultez, con el momento en el que la persona empieza a tener una nueva concepción y percepción del tiempo y ve más cercana la muerte, hecho que le lleva a realizar una reevaluación de la vida.

Afectación especial a la mujer

Históricamente, se ha visto que este síndrome afecta más a las mujeres, debido a la gran importancia que representa desarrollar el rol de madre; sobretodo, en aquellas mujeres con actitudes más tradicionales (Harkins, 1978) que desarrollan un trabajo con tareas del hogar. En este sentido, podemos entender que estas personas pueden vivir el síndrome como una amenaza a su identidad (Carmona, Martínez, Niño, Rodríguez, Sierra y Uribe, 2009), al no haber construido otros espacios en su vida y no haber desarrollado otras situaciones personales. A pesar de esto, debemos tener en cuenta que, en los últimos años, el rol de la mujer ha ido evolucionando y la mujer ya no solo se dedica al hogar, sino también a su crecimiento y desarrollo profesional fuera de casa.  Teniendo en cuenta este último aspecto, puede que esta primera explicación no sea del todo válida en las sociedades más abiertas y con roles menos tradicionales de la actualidad. De esta manera, es importante mencionar que existe una gran diferencia en la percepción de este fenómeno entre las sociedades occidentales y otras sociedades, en ello influyen los hábitos, las costumbres, la educación, el trabajo, la religión, los mitos, el clima u otros factores.

El abandono del hogar por parte de los hijos suele coincidir con otro gran evento vital para la mujer: la menopausia, definido como el proceso de pérdida de la capacidad reproductiva, asociada a la juventud. Este hecho tiene algunas consecuencias en la mujer: la aparición de síntomas como alteraciones en el estado de ánimo, disminución de la capacidad de concentración y memoria, alteraciones en los patrones de sueño-vigilia, en el deseo y en el disfrute sexual, entre otras.

En la etapa del nido vacío, las mujeres experimentan un proceso de desprendimiento; de duelo, donde se repiten las mismas etapas propias del duelo: la negación de la realidad, la ira y los sentimientos asociados, la negociación donde se exponen sentimientos de culpabilidad, la depresión o vacío y, finalmente, la aceptación. En este sentido, se produce una pérdida de los lazos afectivos o la pérdida de la identidad personal.

Etapas de desprendimiento y áreas de adaptación

Concretamente, con Kast (1997) veremos que existen diferentes fases del duelo en el proceso de desprendimiento:

  • La primera fase: las madres pueden persistir en no querer ser conscientes y pensar que todo continúa como siempre. Vemos entonces una respuesta de rechazo.
  • La segunda fase: aparecen las emociones caóticas y podemos observar ira y dolor en los padres, proyectados en situaciones no resueltas durante la crianza. También se empieza a tomar consciencia de las emociones. A veces aparece la culpa por parte de los padres, por no haber dado más en las vivencias con sus hijos.
  • La tercera fase: se pasa a la búsqueda del hijo a través de recuerdos y la necesidad de la vida cotidiana y encuentro. Reaparecen sentimientos de pérdida. A veces aparecen la idealización con la relación o cualidades de los hijos.
  • La cuarta y última fase según este autor: se acepta la pérdida; aparecen nuevos intereses.

Por otro lado, existen tres áreas principales de adaptación:

  • Las adaptaciones externas que incluyen los aspectos cotidianos que la madre o padre deberá tener sin la presencia del hijo.
  • Las adaptaciones internas que corresponden a la imagen que la persona tiene de sí misma y a la redefinición o planteamiento de ésta haciéndonos esta pregunta ¿quién soy?
  • Las adaptaciones espirituales relacionadas con el sistema de creencias y valores que posee una persona. Permitirá replantearnos las metas en la vida, por ejemplo.

Causas y consecuencias asociadas

Existen otras variables que también explican la aparición del síndrome, como podrían ser la salud física de los padres y la calidad de la relación entre padres e hijos (Mitchell y Lovegreen, 2009), los estilos, estrategias y conductas de afrontamiento.

El lazo afectivo que se forma entre el individuo y la figura materna o paterna también determinarán el grado de afectación que supondrá el abandono del hogar por parte de un hijo. En este sentido, podremos distinguir entre diferentes lazos efectivos o, dicho de otra manera, estilos de apego. Con el estilo seguro existe una gran proximidad e interdependencia entre los sujetos, también hay confianza y se busca el apoyo en el otro; se encuentra una seguridad con la otra persona. Con el estilo ansioso ambivalente los individuos tienden a tener angustia ante las separaciones del cuidador y a tener dificultad cuando la madre o el padre regresa; la interactuación es algo contradictoria (ni contigo ni sin ti). Y, finalmente, con el estilo evitativo existe indiferencia ante el distanciamiento o separación entre los individuos. En definitiva, los estilos de apego varían en función del tipo de relación hijo-padre/ madre, madre/ padre-hijo, pareja y esto repercutirá inevitablemente en la aparición o no de emociones específicas cuando el hijo abandone el hogar.

Los estilos de afrontamiento se podrían definir como las tendencias personales para hacer frente a diferentes situaciones o, en otras palabras, pueden ser el conjunto de características que definen nuestra personalidad e interactúan con el ambiente. Estos junto con las estrategias y conductas de afrontamiento, también pueden determinar cuáles van a ser las experiencias emocionales en el proceso de cambio de hogar y provocar o no la aparición del síndrome del nido vacío. Para afrontar este suceso, algunas personas prefieren distanciarse, otras buscan apoyo social y planifican la solución del problema.

Undurraga, en 2011, enfatiza en como los padres deben redefinir la relación con los hijos, hacia una relación más simétrica y horizontal que contribuya a la autonomía e independencia. Sus funciones se redefinen como padres y pasarán a orientar y a guiar la autonomía de su hijo. Esto permite que reorganicen sus preocupaciones y se enfoquen más a la reorganización de la pareja.

Redefiniendo la pareja

El síndrome de nido vacío no coincide únicamente con un momento de vulnerabilidad para la mujer, sino también lo es para la pareja.

Cuando se inicia una relación de pareja, ésta, normalmente, empieza sola. Y, más adelante, llegan los hijos, las costumbres, los roles familiares y las obligaciones de cada uno de los miembros de la pareja. Hay muchas personas que viven en el mismo hogar pero que durante los años que cuidan a sus hijos, dejan de lado la relación de pareja (los placeres, las actividades conjuntas,) y no se comunican de forma efectiva ni afectiva. Es decir, se mantienen unidos por las circunstancias, pero no porque compartan tiempo ni placeres juntos, sino que se mantienen ocupados criando hijos, trabajando, realizando proyectos que mantienen la ilusión de una unión. El choque con la realidad, de los sentimientos que existen entre ambos miembros de una pareja se produce cuando los hijos dejan el hogar.

Con la salida del último hijo, los padres se convierten en una nueva pareja. Es el momento de renegociar su relación de pareja.

En este sentido, existen diferentes reacciones. Por un lado, hay parejas quiénes se sienten liberadas y con menos responsabilidades y se produce un aumento de la sexualidad, de la intimidad una valoración diferente de la relación y se recuperan actividades que habían quedado suspendidas con el nacimiento y cuidado de los hijos. Puede que, en algunas ocasiones, a partir de este momento, los padres empiecen a adoptar un nuevo rol, el de abuelos, con el nacimiento de sus nietos.

Por otro lado, hay parejas a las que el nido vacío les supone un desequilibrio en su relación ya que la satisfacción que aportaba la presencia del hijo no la llena la propia pareja.

Al igual que existen diferentes tipos de apego entre padre/ madre e hijo y viceversa, también existen tipos de apego propios de la pareja que, marcará la estabilidad en la pareja y las posibles respuestas emocionales cuando el hijo abandone el hogar.

Diferenciaremos entre la pareja segura, en la que los dos miembros de la pareja tienen una gran autoestima y confianza de ellos mismos y del otro y se comunican con su entorno de manera tranquila y desinteresada; la pareja insegura, que suelen ser personas con un alto nivel de desconfianza hacia los demás; y, por último, la pareja mixta, que sería un mix entre el estilo seguro e inseguro.

Algunos estudios demuestran como los individuos y parejas con un estilo seguro, muestran mayor aceptación, mayor capacidad de recuperación ante la separación, bajos niveles de ansiedad y altos niveles de confianza (Carmona Gonzalez, E.; Martinez Suarez, G.; Niño Jiménez, L; Rodriguez Barragan, A; Sierra Puerto, P; Uribe Valdivieso, C; 2009).

Pautas de actuación

En los casos de apego inseguro y de aparición de sentimientos de depresión o ansiedad ante el síndrome de nido vacío, desde el centro de Psicología Canvis recomendamos el trabajo en el cuidado de la relación de pareja, en la aceptación del ciclo de vida y las diferentes etapas en las que nos encontramos, en la autonomía de los hijos desde su nacimiento, dedicación a uno mismo y a las amistades. Es importante no dejar que nos dominen los pensamientos y, sobre todo, pedir ayuda, en caso que se necesite.

Para el acompañamiento, se deberán considerar varios aspectos: la personalidad, las habilidades relacionales de la madre, duelos no elaborados; entre otros.