No hace tantos años, rozando la década de los ochenta, nacía Louise Brown, la primera niña fruto de la fecundación in vitro. Esta pequeña, a la que denominaban “niña probeta”, abrió las puertas a lo que hoy conocemos como reproducción asistida. Antes de ese momento histórico, las parejas con problemas de fertilidad no tenían opción alguna de concebir hijos biológicos; su única opción para vivir la parentalidad era la adopción.

Desde entonces hasta hoy, la reproducción asistida ha logrado grandísimos avances tanto técnicos como sociales. Al principio de su historia, los tratamientos de fertilidad eran pocos y no tenían grandes porcentajes de éxito. Durante la década de los ochenta, se fueron perfeccionando las diferentes técnicas médicas y cada vez eran más los profesionales que se especializaban en reproducción asistida a nivel mundial.

En el año 1984 nació en Barcelona la primera bebé engendrada por fecundación in vitro  y, solo un año más tarde, nació en Bilbao el primer “niño probeta” concebido dentro de la medicina pública.

A día de hoy, puede resultar casi extraño pensar que la reproducción asistida tiene una historia tan corta. Socialmente, el camino recorrido hacia la normalización de la reproducción asistida desde los años ochenta ha seguido de cerca a sus avances científicos. En España, la reproducción asistida está cubierta por la Seguridad Social tanto para madres solteras como en casos de infertilidad. Además, existen múltiples clínicas de reproducción asistida con altas tasas de éxito, por lo que podríamos decir que los tratamientos de fertilidad están a la orden del día.

Son diversos los motivos por los que se puede recurrir a la reproducción asistida:

  • Infertilidad de uno o ambos miembros de la pareja
  • Parejas de lesbianas que quieran ser madres
  • Mujeres sin pareja que quieran ser madres
  • Parejas heterosexuales sin problemas de fertilidad, pero con alto riesgo de transmisión de enfermedades genéticas

La infertilidad: una enfermedad crónica

La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluye a la infertilidad entre las enfermedades crónicas, aunque, evidentemente, tiene unas características particulares que la diferencian del resto de enfermedades.

Por una parte, es una patología que no afecta a la funcionalidad de ningún órgano y, por lo tanto, no se traduce en limitaciones físicas para quien la padece. Es una condición asintomática y también indolora, por lo que se puede vivir con ella sin secuelas y sin detección (en el caso de no querer tener hijos). Por todo ello, es una enfermedad que no pone en riesgo la propia vida y su tratamiento es totalmente voluntario.

En España, el porcentaje estimado de infertilidad en la población en edad fértil está situado en alrededor de un 17%, siendo un 40% debido a problemas masculinos, otro 40% a problemas femeninos y un 20% a causas mixtas o desconocidas.

Emocionalmente, el diagnóstico de infertilidad es un golpe terrible para las parejas con deseos e intención de tener hijos. Es una de las situaciones más difíciles que debe abordar tanto la persona diagnosticada como la pareja en su totalidad. De hecho, existen estudios que han mostrado que las reacciones emocionales ante la infertilidad se pueden comparar a las presentadas ante el diagnóstico de cáncer.

En muchas ocasiones, recibir un diagnóstico de infertilidad es el desencadenante de una crisis vital para las parejas. Las crisis vitales se caracterizan por ser momentos en los que la persona se debe enfrentar a un problema para el cual no tiene soluciones y para el que no estaba preparada previamente. Estas crisis generan ansiedad, desesperanza, sensación de falta de control sobre la propia vida, miedos y sensaciones de amenaza y pérdida.

En el transcurso de estas crisis, las personas infértiles presentan una serie de síntomas cognitivos, psicológicos y fisiológicos característicos del desajuste emocional que padecen:

  • Las habilidades de resolución de problemas se desbordan: no se dispone de mecanismos de afrontamiento adecuados para el problema
  • Shock emocional
  • Sentimientos de negación, confusión e incredulidad
  • Temor
  • Tristeza
  • Aplanamiento emocional
  • Sentimientos de culpa
  • Reacciones de estrés

Sin embargo, existen muchas variables que inciden en el impacto y las consecuencias de la infertilidad. Por ejemplo, las mujeres tienen más dificultades que los hombres para aceptar la posibilidad de no llegar a tener hijos y, por lo tanto, presentan una mayor prevalencia de sintomatología ansiosa y depresiva. La edad también es un factor importante ya que, a mayor edad, menor fertilidad biológica y, por consiguiente, mayor estrés ante la falta de tiempo. Algunos estudios destacan que la presencia de otros hijos es un factor protector ante el diagnóstico de infertilidad porque, aunque puedan experimentar emociones negativas, el hecho de ya tener hijos amortigua estas reacciones emocionales.

Varios estudios han encontrado que el diagnóstico de infertilidad conlleva alteraciones psicológicas, siendo las más prevalentes la depresión y la ansiedad. Concretamente, suelen darse trastornos por ansiedad generalizada, trastornos del humor, depresión mayor y distimia.

La reproducción asistida en casos de infertilidad: un carrusel emocional

Miedos, dudas, preocupaciones, sentimiento de culpa, decepción, sensación de falta de control… Los problemas de fertilidad sumen a las parejas en un mar de emociones muy difíciles de procesar e integrar, puesto que alteran sus planes y su mundo interior.

Cuando se recurre a un proceso de reproducción asistida, las parejas se suben a un carrusel de emociones positivas y negativas que se alternan en un corto periodo de tiempo. Cada inicio de tratamiento se vive como una oportunidad y, cada fracaso, como un golpe final.

Al principio de cada ciclo de reproducción asistida, las emociones predominantes son la ilusión, el optimismo y la esperanza. En seguida, mientras se esperan los resultados del tratamiento, estas emociones tan positivas se transforman en preocupación, obsesión y casi hipocondría. Cuando los tratamientos no tienen éxito, aparece la frustración, la desilusión y la tristeza. Cada ciclo de reproducción asistida es un nuevo viaje en el carrusel que, sin duda alguna, ocasiona muchísimo sufrimiento y un gran desgaste emocional. De hecho, la propia medicación que se emplea en los tratamientos de fertilidad suele influir en la aparición de sintomatología depresiva.

Además, este desajuste emocional no solo es consecuencia de la reproducción asistida, sino que también se relaciona negativamente con su tasa de éxito. Es decir, los tratamientos implican una serie de alteraciones emocionales que, a su vez, inciden sobre el éxito o fracaso del tratamiento. Cada vez son más los estudios que destacan la influencia que ejerce el estrés sobre la infertilidad.

No obstante, es importante destacar que los avances en medicina reproductiva disminuyen ampliamente los niveles de ansiedad y depresión en las parejas con problemas de fertilidad, puesto que suponen una posible solución a sus deseos y dificultades.

Monoparentalidad y reproducción asistida

Cada vez son más las mujeres que deciden acudir a la reproducción asistida para ser madres en solitario. En general, se trata de mujeres que siempre han tenido el deseo de ser madres muy presentes en su proyecto de vida. Sin embargo, a lo largo de su vida han priorizado otros aspectos de su desarrollo antes que su deseo de ser madres. Por ejemplo, suele ser frecuente querer conseguir la autorrealización laboral y formativa y, posteriormente, pensar en la maternidad.

En estos casos, cuando las mujeres sienten que han llegado donde querían llegar, se abre paso el deseo de la maternidad independientemente de su situación sentimental. Con cierta frecuencia y como consecuencia de los cambios sociales, este momento de realización llega más tarde que pronto, momento en el que el reloj biológico apremia.

En el caso de las madres solteras, las expectativas ante el proceso de reproducción asistida tienen otras particularidades. Al no ser necesariamente casos de infertilidad, las emociones negativas relacionadas con la posibilidad de no conseguir la maternidad tienen una menor incidencia.

Sin embargo, el proceso de reproducción asistida no siempre resulta fácil y suele ser largo y emocionalmente complejo. Muchas madres solteras consideran que lo más duro del proceso de reproducción asistida es el hecho de no quedarse embarazadas y los abortos espontáneos. Otro factor en que coinciden tanto madres solteras como parejas con problemas de fertilidad es lo difícil de la espera, las pausas entre ciclos y la incertidumbre ante los resultados.

Acompañamiento terapéutico en la reproducción asistida

El desgaste emocional que se deriva del proceso de reproducción asistida es una indudable fuente de malestar para las personas que lo atraviesan. Por ello, es fundamental que exista un acompañamiento psicoterapéutico en paralelo a este proceso.

En Canvis, disponemos de un servicio de preparación para ser padres y madres, en el que abordamos este momento del ciclo vital desde el principio, ofreciendo:

  • Acompañamiento ante el diagnóstico de infertilidad
  • Acompañamiento en su decisión de acogerse a un método de Reproducción Asistida.
  • Apoyo durante el proceso de reproducción asistida
  • Apoyo a la mujer en la decisión de formar una familia mono-parental en todo el proceso, desde el primer momento hasta el final de este proceso.
  • Acompañamiento a la mujer o a la pareja de futuros padres o madres antes del embarazo, pero también durante la gestación, el parto, el post-parto y lactancia.
  • Aprendizaje integrador y adquisición de recursos para aumentar la seguridad y la confianza, teniendo en cuenta aspectos biológicos, psicológicos y sociales de cada persona y núcleo familiar.
  • Clarificación sobre la función de ser padres/madres: preguntas, dudas, mitos, necesidades o capacidades a explorar… etc.
  • Despejar dudas sobre el recibimiento del bebé por parte del entorno, amigos, hermanos y demás miembros de la familia.
  • Información sobre fisiología, cambios corporales, desarrollo del parto, post-parto, lactancia.