Las emociones son fuente de autoconocimiento, nos informan acerca de nosotros y de nuestras necesidades y es necesario poder escucharlas para orientarnos a la hora de tomar decisiones acertadas en nuestra vida. Ayudarnos a nosotros mismos y, relacionarnos constructivamente con los demás, requiere que nos permitamos ser conscientes de todas nuestras emociones sin hacer distinciones entre agradables o desagradables, puesto que independientemente de su naturaleza, todas las emociones cumplen una función positiva que nos posibilitan, si las ponemos al servicio del pensamiento y de la razón, conducirnos en la vida de una forma más inteligente.

Esta capacidad de poder atender ecuánimemente nuestras emociones, integrándolas con nuestro pensamiento y, de decidir de forma consciente a cerca de ellas, es lo que llamamos inteligencia emocional y requiere del desarrollo de las siguientes habilidades:

1.- La habilidad de reconocer e identificar las emociones propias y las de los demás siendo capaces de ponerles nombre y percibirlas desde la corporalidad: “me siento triste”, “me siento enfadado” “en qué parte del cuerpo siento la tristeza” “en qué parte del cuerpo siento la rabia” etc. Esta capacidad también implica poder ser capaces de expresarlas adecuadamente a nivel verbal y no verbal diferenciando con claridad entre sentir una emoción y expresarla.

2.- La habilidad de comprender las emociones tanto en uno mismo como en los demás, entendiendo cómo se han suscitado, si se han producido por aspectos internos, como pensamientos o recuerdos, o se han desencadenado por circunstancias o acontecimientos externos. Darse cuenta de la relación que existe entre nuestras emociones, pensamientos y valores y sintonizar con las emociones de los demás pudiendo mirar desde la perspectiva del otro sin implicarnos emocionalmente.

3.- La habilidad de facilitarnos emociones y autogenerarnos sentimientos que favorezcan nuestro pensamiento para pasar a la acción, desarrollando capacidades que nos aproximen a nuestros objetivos dentro de nuestro proyecto de vida y, teniendo en cuenta nuestros valores.

4.- La habilidad de regular nuestras emociones, atenuando aquellas que nos generan malestar, aceptándolas y escuchándolas sin reducirnos a ellas, y desarrollando la capacidad de ayudarnos a nosotros mismos en la adversidad. Regular una emoción Implica también, aumentar las emociones positivas que nos generan bienestar personal y contribuyen a mejorar nuestra comunicación con los demás, siendo capaces de relacionarnos serenamente, y pudiendo hacer un paréntesis interno con respecto a nuestra agitación emocional.

En definitiva, podemos desarrollar de forma consciente a lo largo de nuestra vida estas habilidades que conforman la inteligencia emocional, y así utilizar las emociones como una guía que fomente el autocuidado a favor de nuestro crecimiento personal y nos oriente constructivamente en la relación con los demás.

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