Desde pequeños, los seres humanos van aprendiendo con ayuda de los padres a regular sus emociones y controlar sus conductas. Para los progenitores no es una tarea fácil y pueden verse en este proceso sin herramientas para hacerle frente, estresándose y cayendo en la desesperación. Esto afecta al clima familiar y, por lo tanto, al bienestar de los miembros de la familia.

¿Qué es el clima familiar?

Son el conjunto de factores ambientales derivados de la interacción entre los distintos miembros de la familia y que proporcionan bienestar o malestar. El clima familiar influye en el desarrollo de los niños, determinando su autoeficacia, implicación y motivación, así como en sus logros, hábitos y rutinas.

En el clima familiar positivo los padres establecen unas reglas claras, usan los refuerzos con más frecuencia que el castigo, tratan de razonar con los pequeños, les escuchan, les elogian y apoyan aquellas conductas positivas que quieren que el niño asimile como hábitos. De esta manera, aparecen conductas prosociales y actitudes de interés, respeto, ayuda, participación, cooperación y flexibilidad.

En cambio, se relaciona con el clima familiar adverso, los padres que presentan una excesiva autoridad, conductas agresivas, utilizan de forma única y desproporcionada el castigo y no establecen unos límites claros. Todo ello favorece que se produzcan los comportamientos disruptivos e intolerantes que generan la baja cohesión y el aumento de los conflictos entre los miembros de la familia.

¿Qué son las rabietas?

Una rabieta o berrinche es una forma inmadura de expresar ira o enojo. Los niños muestran su malestar o desacuerdo mediante un comportamiento explosivo, que va desde los quejidos y los llantos hasta los gritos, chillidos, patadas, golpes e incluso aguantar la respiración.

Las rabietas son una parte normal del desarrollo del niño, se suelen producir entre las edades de 1 y 3 años, puesto que los niños aún no pueden expresar con palabras lo que quiere, sienten o necesitan. Conforme van mejorando en sus habilidades lingüísticas, las rabietas tienden a disminuir, ya que, al poder verbalizar su frustración, el niño se descarga hablando y no a través de respuestas físicas

Durante estas edades los niños desean tener más independencia y un mayor control sobre su entorno, superando lo que realmente son capaces de asumir. Todo ello puede desembocar en luchas de poder con los adultos, mayoritariamente los padres. Cuando los pequeños descubren que no pueden tener todo lo que desean o no lo pueden hacer solos es cuando aparecen las rabietas.

Causas de las rabietas

·  Entre padres e hijos

Las rabietas infantiles pueden ser la consecuencia de sentir frustración, enfado, confusión y temor. Inevitablemente todos los niños entre los 18 meses hasta después de los 3 años, se rebelan contra la autoridad de los padres y reclaman su individualidad, mientras intentan explorar y aprender donde están los limites. Algunos de los motivos por los cuales suelen producirse las rabietas son los siguientes:

  • Cansancio: a menudo cuando los pequeños están cansados, tienen berrinches. El cansancio les hace sentir irritación y malestar y su forma de expresarlo es con una rabieta.
  • Llamada de atención: si el niño quiere recibir atención y no se le hace caso, sentirá un sentimiento de frustración y enojo. Probablemente intentará otras conductas antes de la rabieta, y si no tiene resultado dará rienda suelta a su enfado con una rabieta, más aún si esto le ha dado resultado en anteriores ocasiones.
  • Conseguir o evitar algo: otra situación en la que los niños y niñas suelen sentirse frustrados es cuando no consiguen obtener algo que quieren, realizan este tipo de comportamientos para presionar al adulto a hacer lo que desean.
  • Malestar ante una situación que no les gusta: cuando algo no les gusta, también suelen responder con rabietas. Por ejemplo, tener que hacer algo que no les apetece en vez de jugar, un comentario de otra persona, que les regañen, etc.
  • Descargar tensiones, frustraciones presentes o pasadas: en estos casos el niño o niña se siente frustrado por alguna situación que le hace enfadarse, de modo que la situación actual solo será el detonante.
  • Cubrir necesidades básicas como sueño o hambre: la falta de descanso y el hecho de que un niño no pueda dormir puede hacer que externalice su cansancio a través de una rabieta. Además, cuando un niño tiene hambre o le ofrecemos comida que no le gusta se puede desencadenar un berrinche.

·  Entre hermanos

  • La edad: desde la psicología infantil se pone de manifiesto que los niños con menos de 18 meses de diferencia se crían como mellizos. No recuerdan la relación con sus padres sin el hermano, lo que disminuye los celos. En cambio, suelen competir más por reclamar la atención de los padres.

Si la diferencia de edad es de 5 años o más, los niños se crían como hijos únicos. De modo que la relación es más distante debido a se encuentran en etapas evolutivas diferentes. Se pueden generar conflictos si el mayor busca su autoridad, ignora y chantajea al pequeño. O si el menor utiliza su edad para buscar la protección del adulto y “chivarse” del mayor.

  • La necesidad de competir: los niños necesitan poner a prueba sus habilidades y capacidades y pueden hacerlo con las personas más cercanas como sus hermanos. Es una actitud sana ya que desarrollan su autoestima y autoimagen, adquiriendo seguridad y ganas de superarse. Se deben marcar límites, impidiendo que la competitividad lleve a conductas agresivas (físicas y verbales).
  • Los celos: pueden producirse por la inseguridad de alguno de los hermanos o por la manera en que los padres se relacionan con sus hijos. Debemos evitar tratos diferentes que puedan ser interpretados por los niños como preferencias afectivas.
  • La personalidad: el carácter o la forma de ser de los hermanos puede hacer que se lleven mejor y repercutir en su relación. Por ejemplo, un niño conciliador es más probable que se lleve mejor con uno de carácter fuerte.
  • Un momento complicado: puede suceder que uno de los hijos esté pasando por un mal momento y se encuentre con frecuencia de mal humor, pasivo, poco colaborador e incluso agresivo. Esto aumenta la probabilidad de que se generen más conflictos y que pague su malestar con su entorno más cercano.
  • Un ambiente conflictivo en casa: si la forma de relacionarse de los padres no es asertiva y, por el contrario, suelen mostrarse agresivos y tajantes, es probable que los niños proyecten esos comportamientos en sus relaciones.

Cómo se deben afrontar las rabietas

Algunas de las pautas más recomendables para hacer frente a las rabietas de los pequeños son:

  1. No prestar atención al niño durante la rabieta. No se aconseja intentar calmarlo ni darle explicaciones en ese momento ya que está en un estado de excitación muy elevado y fuera de control en el que no puede razonar. Es mejor dejar que se tranquilice solo, siempre bajo nuestra vigilancia.
  2. Hacerle consciente del estado en el que se encuentra. Es conveniente utilizar palabras como “estás fuera de control” o “descontrolado”, pero nunca decirle que es “malo” o que está “loco”. Posteriormente, se recomienda poner nombre a las emociones que ha vivido el niño, por ejemplo, estabas enfadado, tenías sueño, etc.
  3. Demostrar al niño control y calma. Cuando el pequeño haga una pataleta, no debemos mostrarnos irritados, si le regañamos o le gritamos solo empeoraremos la situación. Si ve que estamos tranquilos, se irá calmando y cambiará su comportamiento.
  4. No ceder a su petición. Si al realizar una rabieta, el pequeño obtiene aquello que esperaba, es mucho más probable que este tipo de conductas negativas se mantengan. En cambio, si mostramos firmeza se calmará.
  5. Hacerle saber que estamos molestos. Una vez que el niño se calme, expresarle de manera tranquila que estamos molestos con su comportamiento. De esta manera, hacemos que tome conciencia de que sus actos nos han herido. Esto posee un mayor poder psicológico que repetir una orden de manera incansable o amenazarlo.
  6. Utilización del castigo negativo. Si pese a llevar a cabo todo lo anterior, la conducta negativa se repite, se puede privar al niño de algo que sepamos que es de su agrado como, por ejemplo, su juguete favorito, no realizar una actividad programada, etc.

Transformación de las relaciones familiares en la adolescencia

La adolescencia es una etapa de transición donde, generalmente, se producen importantes cambios físicos, cognitivos y emocionales que afectan a las relaciones de los adolescentes con sus padres y con los iguales. Sin embargo, estos cambios se originan de manera progresiva y continuada, lo que permite que tanto padres como adolescentes se vayan adaptando a la nueva situación.

Conviene puntualizar que los conflictos que se producen entre padres e hijos durante esta etapa, así como su causa, su incidencia, su evolución y resolución, no debe llevar a problematizar las relaciones familiares. Se deben analizar estos conflictos teniendo en cuenta el grado de intimidad, afecto y comunicación en dichas relaciones.

Según Collins, los conflictos entre padres e hijos son propios del proceso evolutivo de transformación de las relaciones que surge en la adolescencia. Los adolescentes, a la vez que negocian con sus padres la transición hacia nuevos niveles de autonomía e interdependencia acordes con su edad, mantienen los vínculos afectivos existentes con ellos.

Efectos de los conflictos en la adolescencia

Los conflictos que se producen durante la adolescencia entre hijos y progenitores repercuten en el desarrollo del adolescente además de influir en el clima familiar. A continuación, se explicarán tanto los efectos positivos y negativos que pueden conllevar.

En cuanto a los efectos positivos, los conflictos del adolescente en la familia pueden tener una función adaptativa:

  1. Los deseos de autonomía del adolescente pueden provocar una renegociación, entre él y los progenitores, de las relaciones y responsabilidades De modo que alcancen relaciones más centradas en la confianza, la comunicación y la tolerancia
  2. Pueden contribuir a la disminución de las discrepancias entre el punto de vista de los padres y el adolescente, ya que pueden fomentar el intercambio de posturas.
  3. Des del punto de vista emocional, pueden aumentar la distancia psicológica que necesitan los adolescentes respecto a sus padres para culminar su proceso de individuación y construcción de la identidad personal.
  4. Pueden proporcionar nuevos modelos para la resolución productiva de los conflictos en los diferentes contextos interpersonales.

Por otra parte, el aumento de la conflictividad entre padres y hijos puede producir efectos adversos en el desarrollo del adolescente como:

  1. Una baja autoestima, en mayor grado en las chicas.
  2. Una baja cohesión familiar.
  3. Problemas de externalización.

Los conflictos son una buena oportunidad para fomentar el desarrollo tanto del propio adolescente como a nivel familiar. Los efectos que estos puedan producir dependerán del modo en el que se resuelvan los conflictos y de la frecuencia e intensidad de los mismos.

Conflictos frecuentes entre padres y adolescentes

La mayoría de las investigaciones coinciden en señalar que los conflictos entre progenitores y adolescentes ocurren sobre detalles cotidianos de la vida familiar, mientras que temas como la sexualidad, la política o la religión no provocan conflictos ya que la comunicación sobre estos temas es mínima entre ellos.

El incremento de los conflictos entre padres e hijos se deriva, en gran parte, de que ambos entienden de distinta manera las reglas y las expectativas familiares, e incluso el sistema social familiar. De manera que la demanda de más autonomía del adolescente se topa con la convicción de los padres de que tienen que respetar ciertas normas básicas para el correcto funcionamiento familiar.

Los principales temas de conflicto entre padres y adolescentes son:

  • Tareas domésticas: relacionado con el mantenimiento de las obligaciones y responsabilidades familiares, como lavar los platos, limpiar, pasear al perro o poner la mesa.
  • Apariencia: relacionado con la aceptación de los estándares en la forma de vestir y la apariencia, incluyendo el peinado, el uso de maquillaje o la condición o el estilo de la ropa.
  • Personalidad y estilo de comportamiento: relacionado con los rasgos de personalidad o los estilos de comportamiento, como ser muy nervioso, hiperactivo, testarudo o hablador.
  • Deberes y rendimiento académico: relacionado con hacer los deberes, hacerlos cuando se debe, no obtener notas aceptables o no tener un rendimiento académico que se esperaba.
  • Relaciones interpersonales: relacionado con pelearse con los hermanos o amigos, pegar, discutir, reírse o hacer daño a otras personas.
  • Regulación de actividades interpersonales: relacionado con la elección de amigos/as, decisiones respecto a cuándo verlos, participación en actividades sociales como fiestas o ir a discotecas u otros lugares.
  • Hora de acostarse y volver a casa: relacionado con el horario de vuelta a casa después del colegio o por la tarde/noche o para irse a la cama.
  • Salud e higiene: relacionado con la dieta, la salud, la higiene o el abuso de sustancias.
  • Regulación de actividades: relacionado con la elección, distribución y duración de las actividades, como la cantidad de tiempo hablando por teléfono, viendo la TV, jugando a juegos, etc.
  • Dinero: relacionado con los gastos habituales, la “paga”, ser responsable con el dinero o los hábitos de consumo.

Estrategias de resolución de conflictos

Para distinguir las estrategias y metas que padres e hijos utilizan hay que tener en cuenta que ambas partes pueden tener aspiraciones necesidades muy diferentes. Por este motivo, las estrategias de resolución de conflictos giran en torno a dos grandes dimensiones: la satisfacción de las necesidades o preocupaciones del otro y la satisfacción de las necesidades o preocupaciones propias.

Giliani, agrupa estas estrategias en tres estilos de resolución de conflictos:

  • Negociación: padres e hijos intentan alcanzar una resolución del conflicto lo más satisfactoria posible para todos, haciendo ver sus posturas respectivas e intentando llegar a acuerdos. Este estilo fomenta un mayor conocimiento y comprensión mutuos, lo que puede potenciar el desarrollo cognitivo y socioemocional del adolescente.
  • Dominación: los padres afirman su poder sin fisuras o los adolescentes tratan una y otra vez de salirse con la suya, es decir, en ambos casos se busca la satisfacción de las propias necesidades. Las emociones negativas se manejan para expresar la insatisfacción ante el conflicto y presionar al otro para que ceda, pudiendo dificultar la resolución.
  • Evitación: padres e hijos se muestran indiferentes o se pliegan al otro con su pasividad al no enfrentarse al tema objeto de conflicto para rebajar las tensiones existentes o lo ignoran sin más. Es un estilo no resolutivo del conflicto que puede contribuir a la acumulación de conflictos y el empeoramiento del clima familiar.

Es frecuente que las familias no usen un único estilo de resolución de conflictos, sino que manejen todos ellos, pero en diferente proporción.

Prevención y gestión de los conflictos con adolescentes

  • Fomentar la participación activa y responsable de los adolescentes en las decisiones familiares que les afecten, favoreciendo el desarrollo de la responsabilidad.
  • Evitar monólogos y riñas, manteniendo conversaciones de doble dirección, en las que puedan participar activamente y llegar a sentir que los padres les escuchan y entienden.
  • Realizar juntos actividades gratificantes compartiendo episodios positivos. Esto mejora la capacidad de resolución conjunta de conflictos.
  • Establecer costumbres diarias que permitan la comunicación normalizada de las incidencias cotidianas, de manera que cada uno escuche a los demás y pueda ayudarle. Por ejemplo, durante las comidas y cenas.
  • Evitar discutir por conductas o sucesos de escasa relevancia, ya que no es útil y se reduce la calidad de la comunicación. Es mejor hablar tranquilamente y llegar a acuerdos con el adolescente.
  • Evitar expresiones atacantes, interrupciones, gritos, amenazas, insultos o críticas, ya que despiertan actitudes defensivas. Es recomendable detener dichas situaciones y posponer la conversación para otro momento para buscar conjuntamente una solución al problema.

 En el Centro de Psicología Canvis de Barcelona, se realizan talleres para mejorar las relaciones familiares y ayudar a expresar de forma saludable y efectiva nuestros sentimientos, actitudes, deseos y opiniones evitando los conflictos.

Además, nuestro equipo de psicólogas y psicólogos te puede ayudar a detectar aquellos aspectos que te puedan estar generando un malestar o sufrimiento, así como trabajarlos y reducirlos. Llevando a cabo terapia individualizada para proporcionarte el apoyo y acompañamiento que necesites, aportándote estrategias y potenciando los recursos positivos presentes.