Uno de los principales hallazgos es que el grado de conflicto interparental percibido por los adolescentes tiene un impacto directo y significativo sobre su bienestar emocional. Los resultados sugieren que los hijos que perciben un mayor nivel de conflicto entre sus padres experimentan mayores niveles de angustia emocional. Este conflicto se asocia con síntomas internos, como la ansiedad y la depresión, así como con conductas externas, como agresividad o delincuencia. De acuerdo con las teorías que abordan los efectos del funcionamiento familiar, se refuerza la idea de que no solo el conflicto interparental en sí mismo, sino también las interacciones hostiles o conflictivas entre los padres y los hijos, contribuyen significativamente al malestar emocional en los adolescentes (Cosgaya et al., 2008).
Desde un enfoque ecológico, la familia se considera el primer contexto educativo del individuo, y su influencia es decisiva en el desarrollo social y emocional de los hijos. Siguiendo el modelo ecológico de Bronfenbrenner, se reconoce que la familia actúa como un sistema dinámico de interacción constante entre sus distintos niveles —microsistemas, mesosistemas y macrosistemas—. En este marco, la relación conyugal entre los padres adquiere una relevancia especial, pues su calidad repercute directamente en la estabilidad emocional del niño o adolescente. Las tensiones maritales, especialmente cuando son intensas y persistentes, se convierten en un factor crítico de vulnerabilidad emocional (Ramírez, 2004).
Un aspecto clave es que, en cuanto a la percepción de los conflictos familiares, tanto los padres como los adolescentes coinciden en que la frecuencia de los conflictos es baja. Este resultado se alinea con estudios previos, que señalan que las relaciones entre padres e hijos adolescentes suelen ser armoniosas y satisfactorias. A pesar de esta percepción generalizada de poca frecuencia en los conflictos, los temas comunes de discusión incluyen las tareas de la casa, las tareas escolares, el uso del dinero, la televisión, los amigos, y el consumo de tabaco, alcohol o drogas. Los conflictos más frecuentes entre madres y adolescentes surgen por las tareas del hogar, mientras que los conflictos con los padres se centran en las tareas escolares. Además, ambos, padres e hijos, coinciden en que los conflictos relacionados con temas como la desobediencia, los videojuegos y las peleas entre hermanos son motivo de preocupación. Esto resalta la importancia de entender las dinámicas familiares específicas que alimentan estos conflictos (Motrico et al., 2001).
La evidencia señala que los conflictos entre los padres se relacionan no solo con problemas de conducta externos —como la agresividad o la conducta antisocial—, sino también con alteraciones internas como la ansiedad, la baja autoestima y la depresión. La exposición constante a discusiones intensas dentro del hogar puede desregular las emociones del niño o adolescente, afectando su capacidad de adaptación social y su salud mental en general. Además, los procesos de imputación en la pareja, donde cada progenitor justifica sus acciones y responsabiliza al otro, intensifican los conflictos y deterioran aún más el entorno familiar (Ramírez, 2004).
En términos de las relaciones familiares, se muestra que las actitudes hostiles de los padres, en particular las de las madres, son un factor de riesgo clave para el malestar emocional de los adolescentes. Específicamente, las conductas hostiles de las madres se asocian con un mayor malestar emocional en los hijos, lo que se traduce en síntomas de ansiedad, depresión, comportamientos agresivos y una mayor tendencia a buscar atención. A pesar de que las relaciones basadas en el afecto y el amor pueden tener un impacto protector, los análisis multivariados sugieren que estas dinámicas afectivas no siempre contrarrestan los efectos negativos del conflicto interparental y la hostilidad parental, especialmente cuando se compara con la influencia de la hostilidad materna (Cosgaya et al., 2008).
Este impacto negativo se intensifica cuando los conflictos entre los padres ocurren en presencia de los hijos. La observación directa de desacuerdos maritales sin resolución saludable puede inducir en los menores patrones de afrontamiento disfuncionales, interiorización de la culpa y dificultades para desarrollar relaciones sociales estables. A largo plazo, esta situación incrementa el riesgo de desarrollar trastornos emocionales persistentes (Ramírez, 2004).
Se observa también que los adolescentes tienen una mayor frecuencia de conflictos con sus madres que con sus padres, lo que podría explicarse por una mayor implicación de las madres en la vida cotidiana de los adolescentes. Esta diferencia de percepción es especialmente significativa en los conflictos sobre las tareas escolares, donde las madres tienden a percibir más discusiones que sus hijos, mientras que los adolescentes sienten que los conflictos con las madres se centran más en temas relacionados con el uso del dinero y el comportamiento en general. Este fenómeno podría estar relacionado con las expectativas de los padres, especialmente las madres, hacia sus hijos, que son más exigentes en ciertos aspectos de la vida cotidiana, como las tareas domésticas o el rendimiento escolar (Motrico et al., 2001).
Otro aspecto crucial es el papel de los estilos de crianza y las actitudes de los padres en la gestión de los conflictos interparentales. La investigación revela que el control excesivo o la disciplina estricta, aunque también pueden contribuir al malestar emocional, no tienen el mismo peso que la hostilidad abierta de los padres hacia sus hijos. La disciplina autoritaria, aunque influyente, parece ser menos perjudicial que las muestras de hostilidad, las cuales están estrechamente relacionadas con el malestar emocional de los hijos. Además, las relaciones de afecto y amor se identifican como protectoras, pero, en el contexto del conflicto interparental, su impacto es menos relevante cuando se evalúan en conjunto con otros factores familiares (Cosgaya et al., 2008).
Los adolescentes mayores (de 15 a 17 años) tienen más conflictos con ambos padres que los adolescentes más jóvenes (de 12 a 14 años). Esto sugiere una evolución de los conflictos a medida que los adolescentes se enfrentan a desafíos más complejos relacionados con la autonomía, las relaciones de pareja y las expectativas sobre su futuro. La frecuencia de los conflictos aumenta a medida que los adolescentes se hacen mayores, especialmente en lo que respecta a temas como las tareas escolares, las relaciones con los amigos y el consumo de sustancias. Este patrón coincide con estudios previos que sugieren que los conflictos familiares aumentan durante la adolescencia temprana y se mantienen a lo largo de la adolescencia media (Motrico et al., 2001).
Es necesario considerar también el contexto social más amplio: el artículo revisado apunta a un incremento de separaciones y divorcios en los últimos años, con un impacto directo sobre el entorno emocional de los hijos. Esta inestabilidad conyugal crea un clima de incertidumbre que debilita la función educativa y contenedora de la familia. En este marco, se vuelve esencial fortalecer redes de apoyo e implementar intervenciones que promuevan la estabilidad emocional dentro del hogar (Ramírez, 2004).
También se resalta la importancia de los factores sociodemográficos, como la edad y el sexo de los adolescentes, en la manifestación de malestar emocional. Los adolescentes de mayor edad y las mujeres parecen ser los más afectados por el conflicto interparental, mostrando respuestas emocionales más intensas, como tristeza, enojo y miedo. Este hallazgo está en línea con investigaciones previas que indican que las hijas, particularmente las de mayor edad, son más vulnerables a experimentar reacciones emocionales complejas ante el conflicto marital entre sus padres (Cosgaya et al., 2008).
Es fundamental señalar que, aunque los hallazgos son reveladores, deben interpretarse con cautela debido a las limitaciones inherentes al diseño de la investigación, que es transversal y correlacional. Si bien las asociaciones observadas entre el conflicto interparental, los estilos de crianza y el malestar emocional son significativas, no se puede establecer una relación causal directa. Además, la muestra utilizada muestra una percepción relativamente baja de conflicto interparental, lo que podría influir en la interpretación de los resultados (Cosgaya et al., 2008).
A pesar de estas limitaciones, los hallazgos tienen implicaciones prácticas importantes. Comprender la influencia del conflicto interparental y los estilos de relación parental sobre el bienestar emocional de los adolescentes es esencial para el diseño de intervenciones que puedan prevenir o mitigar los efectos negativos de los conflictos familiares. Las estrategias de intervención deben centrarse no solo en la resolución del conflicto entre los padres, sino también en mejorar la relación y la comunicación entre padres e hijos, fomentando un entorno familiar más saludable. En particular, se sugiere que la reducción de la hostilidad materna y el fomento de relaciones afectivas y de apoyo pueden ser clave para mejorar el bienestar emocional de los adolescentes (Cosgaya et al., 2008).
Finalmente, se propone una valorización renovada del rol educativo de la familia como núcleo formador de valores y actitudes. La implementación de programas psicopedagógicos dirigidos tanto a padres como a hijos, enfocados en la resolución de conflictos, la gestión emocional y el fortalecimiento de vínculos afectivos, podría contribuir significativamente a reducir el impacto de los conflictos interparentales en el desarrollo infantil y adolescente (Ramírez, 2004).
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Bibliografia
Cosgaya, L., Nolte, M., Martínez-Pampliega, A., Sanz, M., & Iraurgi, I. (2008).
Conflicto interparental, relaciones padres-hijos e impacto emocional en los hijos. International Journal of Social Psychology, 23(1), 29–40. https://doi.org/10.1174/021347408783399561
Motrico, , Fuentes, M. J., & Bersabé, R. (2001). DISCREPANCIAS EN LA PERCEPCIÓN DE LOS CONFLICTOS ENTRE PADRES E HIJOS/AS A LO
LARGO DE LA ADOLESCENCIA. Anales de Psicología / Annals of Psychology, 17(1), 1–13. Recuperado a partir de https://revistas.um.es/analesps/article/view/29041
Ramírez, A. M. (2004). Conflictos entre Padres y Desarrollo de los
Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, 11(34), 171-182.

Xavier López Arruebo (Psicólogo Residente en Canvis)
Grado en Psicología (Universidad Ramon Llull, Blanquerna)
Máster Universitario en Psicología General Sanitaria (Unuversidad Ramon Llull, Blanquerna)